Macri deberá lidiar con lo que falló: la economía; Alberto F. tendrá que explicar lo que él ha criticado: la corrupción.
Es tan posible que surjan quejas agrias como que de pronto se establezca un raro acuerdo tácito para aplaudir el ajustadísimo reglamento que se ha establecido para el par de debates presidenciales de octubre.
De tan regulados que están, contrastan con las PASO que formalmente son para elegir candidatos dentro de un mismo espacio, pero que aquí se convirtieron en una decisiva primaria presidencial.
Tan contundente que para los ganadores de agosto, Alberto Fernández y Cristina Kirchner, los debates son casi innecesarios para no hablar de un riesgo relativo pero real que pueden correr. El riesgo lo ponen en el otro aludiendo a que la fragilidad del gobierno puede incrementarse si en los debates el Presidente es derrotado también allí. En realidad, lo que tratan es de evitar exponerse a preguntas sobre temas difíciles.
Para la coalición electoral de Macri y Miguel Pichetto, esos debates representan una esperanza de descontar o incluso, se ilusionan, prenderse al balotaje.
Se sabe: en los debates el que va primero arriesga mucho más.
La realidad es que fuera del resultado de las PASO, que tienden a confirmar y aun a ampliar nuevas encuestas, Macri y Fernández tienen preguntas de respuesta muy compleja. Ahí hay una especie de empate.
No serán las que, según el reglamento, se pudieran formular abiertamente entre ellos, sino las que tiene la gente, tenga el voto ya decidido o no. Ese formato rígido protege más a los candidatos que al interés de la sociedad.
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